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CAP 1 - MATINADA DEL 6 DE ABRIL

 

MATUTINAS, 7 de abril de 2020

 

Recogeré tus cenizas en martes, no trece, como el día que pasaste al polvo. 

Empiezo estas páginas matutinas de pandemiacon esta imagen de lo que está por venir. Esta tarea pendiente que retraso por el vértigo. Siento vértigo. 

Hoy tampoco he dormido, siete de la mañana y seguía con los ojos abiertos mirando la pantalla y a Olivia Benson. Nada, el sueño no me encontró una vez más. Me da miedo que me vaya a dar un ataque al corazón, o de ansiedad, o de tabaco rubio. Es como si supiera que moriré como él pero antes y peor. Ser iguales hasta en el final. Te ríes de mí desde allí, porque lo sabes. Quizá por eso me recordabas que tenía que dejarlo, que si hubiera sido por ti, sabiendo lo que sabes ahora, nunca habrías fumado. No sé si es tarde para mí. Te arrepentiste de esos cigarros, de eso sí te arrepentiste. Te habría preguntado tantas cosas, como la historia de tu madre en Burgos en el 38, cuando encontré su brazalete de voluntaria de la Cruz Roja. O cómo preparabas la carne de toro. O por qué nunca nos pediste perdón por aquella pistola. Lo grande y lo pequeño. Lo que hay que perdonar.

 

Él desde Lima me manda la cuarta lectura de tarot de este confinamiento. Como si aun estuviera mi cuerpo allí, buscando el camino entre las locuras de Osho. Es la tercera carta que sale del grupo de colores, me dices, ni siquiera la curiosidad de cuatro de cuatro te ha hecho ir a la página del libro en la que te explica el significado de los bloques, los arcanos mayores y menores, los significados. No sé si algún día seré capaz de rescatarte de esa desbordante pereza que te inunda por completo.  Hasta de este absurdo entretenimiento del que hemos hecho una rutina. Detengo un momento estas líneas para seguir escuchándote leer. Preguntabas al mundo por la manera en la que saldremos de esta pandemia. Plenitud, te dice. 

 

Te escucho con el fondo de Fistful of love de Antony and The Johnsons y suenas mejor. Vuelvo al multitask mental, paro el video del whatsapp, bajo la música, pienso un segundo en papá. Pido a mi madre al fondo que baje a Arguiñano en la televisión. Pienso un segundo en mamá. Creo una lista de Spotify en la que la incluyo y la renombro: Estoy escribiendo, la llamo. Retomo el video pero desde el principio porque he vuelto a perder el hilo. Plenitud. Has terminado la primera de las dos páginas que el autor dedica a la carta y una vez más, me dices “nada que decir ,peque”. A veces pienso que no tienes nada que decir. Miento. Que no quieres decir nada. No es conmigo, eso lo sé. Es como si no supieras decir, como si te asustara decir. Si dices, piensas, te enseñas y te da miedo lo que pueda pensar de ti. No me gusta que tengas miedo de mí. Sé que tienes miedo de casi todo pero no de mí.  Sigues leyendo y ya me he enfrascado en ese pensamiento que se une al de aquellas clases de yoga en las que repiten que lo dejes pasar y vuelvas a respirar. Pero no lo dejo. No me gusta tu miedo a no ser. Pero me gusta lo mas profundo de ti que no quieres mostrar a nadie. Quizá no exista y sólo sea una proyección de lo que quiero que seas pero sé que lo vi en algún momento de nuestra historia. Aunque una vez más, no lo dejes ver. Nada que decir. Lo mismo que dices en las peleas. No sabes qué decir. Quizá eso significa que lees pero no lo interiorizas o simplemente que haces esta lectura por mí pero a ti en el fondo, te importa un carajo. Me halaga y me asquea a la vez. A veces creo que he perdido la cabeza. Por eso y porque a la vez pienso que no uso correctamente los signos de puntuación. Al menos, no los puntos y aparte. Pongo uno. Punto y aparte. 

Te retomo. Parece el inicio de un poema. Pienso en escribirlo, tal y como venga. 

 

Te retomo en las ramas desnudas

Mamá quiere que vengan para esconderse

Estás esperando congelado en un emepecuatro.

Suena una voz de mujer. I love you. 

El rasgueo. Ven conmigo. 

To the sea. 

 

Play. 

Te dejo leer la segunda parte. Parece que me equivoca. Tengo que parar el video para quitar la música y escucharte porque parece una reflexión final propia. Por fin. Algo de ti. Mi madre me dice que qué bien que he recogido la habitación. Pum. Salgo de la abstracción. También me dice que ha tendido la ropa. Me pide a Aute en el vinilo, que murió ayer. “Perdona. Nunca supe encenderlo, ¿Se pone así?

No enciende el aparato. Tras toquetearlo un rato, vuelve a arrancar. La vida está llena de milagros sin explicación. Pero a mi madre le ha sonado el teléfono y ahora yo tengo a Aute de fondo pero ella no está. 

 

Vuelvo a volver. Tu reflexión. Voy a ella. La escucho. Varias veces. Esta vez me has roto los esquemas. Es certera, breve pero certera. Y ves a mi padre en ella. La primavera , “donde quiera que estés, ella estará allí”. Me gusta pensar en mi padre como primavera, si tuviera que verle en esos términos, habría pensado en otoño. Ahora siempre será primavera, como tú eres verano. “Ahora siempre será verano” nos dijimos. También te acuerdas de que hoy era el día que iba a por sus cenizas. Tú, que casi nunca te acuerdas de casi nada. 

 

El cambio horario nos tiene así, en universos paralelos que a veces se cruzan pero hay que volver a recorrer. Estás dormido, allí son siete horas menos y aun no te he dicho que no voy a ir. Que tengo otra excusa para no hacerlo. No he dormido, que aunque sea cierto, no es excusa. Te lo diré al despertar y lo entenderás, y me dirás algo para que me sienta mejor que no funcionará porque no sé en qué momento dejaré de sentirme mal por ello. Quién quiere ir, un martes de cuarentena confinada, como tampoco el lunes, a recoger las cenizas de su padre, sola en su Seat Ibiza porque no podemos ir dos en el coche, mi madre no vendrá conmigo,  al tanatorio en el que te despedimos a solas. Solo una persona por coche, dice el 091. Podía ser peor que estar las dos solas allí. Es que solo pueda ir una a por ellas. Aquí una voluntaria. Era una elección fácil. O ella o yo. O la viuda o yo. O su hija o tú. Soy yo.  Quizá mañana. 

 

Pongo este segundo punto y aparte y aparece de nuevo mi madre. Sigue tu video en pausa. Escucha a Aute. “¿Qué pasó con el tocadiscos? ¿Se arregló”, “No te desnudes todavía” suena. Le cuento que no tiene explicación y no le da importancia. Sobre la mesa del comedor está una copia de una foto de mi abuela, de su madre, el día de su boda. Hay varias copias de esta foto y la encontré buscando como loca entre tu casa, mamá, para los collages. Ahora hago collages. Qué sorprendente recuerdo de mí misma. “Qué vestido más bonito, que tipo tenía”. Miras la foto durante unos segundos y vuelves al sofá. Te veo comer desde la mesa. Por un momento, tengo ganas de llorar por ti, por tu dolor. Mierda. Al escribir esto, me pongo a llorar por ti y tu dolor. Junto a esa foto en blanco y negro de mi abuela, antes de sus ocho hijos, antes de la vida de todos, Antes de la muerte de Cato. Antes. 

 

Te observo mirar las noticias del virus mientras masticas. Me gusta verte masticar porque comes poco, menos incluso, tú que nunca has comido.  

Aute va por la tercer canción d e su cara B. “ El siglo está agonizando, el testamento que va a dejar…hay que seguir respirando si no estás tú” Es libertad pero parece que hablas de él, de mi padre, de la abuela, de todos los que se fueron. Libertad. Quizá sea eso la libertad. Irse. Desaparecer. 

 

Va por ustedes. 

 

Aute ha muerto casi contigo. Muchos lo han hecho en estos días. Los datos dicen que más de doce mil personas. Como sentir tanto dolor con otros doce mil dolores. Pero Aute era un poco tuyo, como toda la música, toda la música. Hasta la que no descubrí contigo tiene algo de ti.  Todo el amor por la música tiene algo de ti. Algo de ti en el sofá verde del salón, con las piernas entreabiertas y los codos apoyados en las rodillas. Mirando hacia delante, hacia la nada. Solo cantando. Te vi cantar en inglés sin saber ni una palabra. Solo terminabas los versos con los mismos fonemas, y creías cantarla. No importó nunca que no hablarás inglés, papá. Pude ver que la música no tenía que ver con la palabra, sorprendentemente, al menos, no con la palabra de la canción. Tenía que ver con leer tus emociones en tu rostro, con tu garganta vibrando con ella. Con la pausa entre palabra y palabra. Veía tus tarareos, tus pies subir y bajar con el sonido. Recuerdo tus cintas sobre la mesa cuadrada del cristal y el paquete de Habanos. Recuerdo la luz de las ventanas, el cuartel al fondo. Recuerdo el miedo que me daba abrir esa puerta y descubrir el humor del que estabas, aunque cuando te encerrabas allí nunca fuera una buena señal. Pero había días que sonreías al verme entrar y cantabas conmigo. O me preguntabas por alguna tontería. Yo me quedaba de pie, junto a ti, no creo haberme sentado nunca a tu lado sin no me lo pedías. 

El día después de dejarte en San Isidro, tras la canción de Massiel que te cantamos, aquella que tú y yo cantamos juntos, encontré en casa el cuaderno de los Beatles de tu ultima colección. “A Silviuca, con cariño, Homer”. 

Música. Siempre ha habido música. Tu ausencia incluso hace que suene más alta, mas fuerte, más profunda. 

 

Aute paró detrás, en el tocadiscos milagrosamente arreglado. Aute siempre fue un poco tuyo. Y como tú, también paró. Su música y la tuya. Uno y otro. 

 

“Silvia, tendremos que comer” Mi madre pregunta. “ Silvia, tú, ¿Las patatas y el puré?, ¿Me llevo el café?”

 

*************   

MATUTINAS, X de abril de 2020

 

 Ayer eran las 12:30 cuando me metí en la cama, en la litera de Juan, pero no conseguí dormirme hasta pasadas las 3. Aun así, podría decir que fue una buena hora, tras semanas de falta de sueño y madrugadas en el salón. Igualmente, me acosté mal contigo, y sigo sin saber cual es la razón real de todo ello. Aun así, te escribí un largo mensaje antes de caer rendida, aunque no obtuve respuesta, no al menos hasta que desperté. Mi intención era no acostarme molesta contigo pero el hecho de que no contestaras me dolió. Esas son las emociones constantes que siento últimamente respecto a ti, y creo que necesito detallarlas, a ver si así soy capaz de entenderlas: 

 

Distancia – lejanía – molestia – falta de reconocimiento – rabia – vergüenza – culpa – morriña – necesidad – demanda de atención – cansancio – extrañeza – estrés – pena – irascibilidad – rechazo – deseo – ausencia – falta – tristeza – 

 

Sigo echándote de menos. Aunque lucho durante todo el día con mis propios pensamientos, te echo de menos. Me lo repito para moldearlo. La muerte, la vida que tuvimos en común, la rapidez del amor, la rapidez de la falta de complicidad, los 9503 kilómetros de distancia. Quiero quererte, que puedas consolarme, perdonarte por no subirte a ese avión que me trajo a la muerte de mi padre. Quiero perdonarte por elegir tu rutina, tu restaurante, tu pereza, tu vida sin mí. Como si tuviéramos todo el tiempo por delante. Como si mi padre no fuera a morir. Como si ni siquiera lo hubieras pensado. “No tengo dinero” me dijiste. No tengo dinero no es algo que pueda quitarme de la cabeza, entre otras cosas, porque sabes que lo habría pagado yo. Como pagué todas tus navidades. Como pago lo que puedo. También sé que yo he comido y bebido un año en Lima de ti, de vosotros.  El dinero no debía haber sido la frase. No entonces. 

 

Se puede decir que estoy cansada de que me jodan en pareja. Del amor romántico, de creérmelo todo. De salir herida. Del amor antes del amor, de las bodas y divorcios, de las llamadas telefónicas, de las explicaciones, de los lo siento. En estos días de luto y cuarentena en los que se piensa demasiado y estoy demasiado conmigo misma, no estabas. Ni allí ni aquí.  Y pides perdón, cada día. Siento no estar a la altura, siento no haber ido, siento haberme dormido, siento haberme olvidado, siento no saber apoyarte, siento no hacerte feliz. Lo peor de los lo siento no es que no cambien nada sino que además con ellos me siento más culpable, más dependiente, más pequeña, más estúpida. No quiero arrepentimientos. No quiero disculpas. Quiero el amor. Esa amistad y sentido de pertenencia construido entre cervezas Pilsen y aquellos canutos de la plaza de Santo Domingo. Esa mezcla de Lima y Madrid que nos hizo sentir en casa. Que nos hizo vernos casa. 

 

Al menos he aprendido a gestionar que nadie te hace sentir , que la gente solo hace y luego tu sientes sola. He aprendido a decir “y me siento” en vez de “me hace sentir” Forma parte del sentimiento de culpabilidad del aprendizaje de la muerte. De la putada de haber crecido y de mi pena. 

He conseguido perdonarte y perdonarme. Habrán sido las cenizas. 

Me debo unas páginas a , se las debo al “devenir de mi prosa”. Estas páginas blancas son mías y para mí, así que no debería mentirme a mi misma. No iba a funcionar. Me sonrojo ante este hecho porque lo que ha pasado siempre es que funcionaba, vaya que sí . Te mientes, te dices que vas a a cambiar, que has aprendido, que dejarás de fumar, que este amor sí que será para siempre, que te vas a mantener en esa 36 que tanto hambre te ha costado, que llamarás a mamá esta noche, que esta será la última vez que te juzgue por ese tono tan soez, que no me importa que me despidieras, que esta vez voy a poder trabajar y no querré marcharme de allí. 

 

Esta manera de escribir me recuerda a un texto que leí en Lima y me habría gustado escribir a mí. Era La sangre de la Aurora, de Claudia Salazar. Me lo recomendaron en el Virrey, una librería en el cercado de Lima que descubrí en uno de mis primeros paseos en solitario. Cuando pienso en Lima pienso que es como una metáfora de mi propio destino: me ocurre y la desaprovecho, pensando que tienes más tiempo para ver, descubrir, conocer. La di por sentado y cuando no estaba prevenida, se acabó. De un día para otro, mi maleta y yo estábamos en el Jorge Chávez de vuelta a casa. Y casi todo se quedó por hacer. Como el tiempo con mi padre.  

 

Claudia utilizaba este recurso narrativo brutal de la falta de puntuación, de la onomatopeya reiterada, de la descripción cruda para contar un acto atroz. 

 

“cuántos fueron el número poco importa veinte vinieron treinta dicen los que se escaparon contar es inútil crac filo del machete un pecho seccionado crac no más leche otro cae machete puñal daga piedra honda crac mi hija crac mi hermano crac mi esposo crac mi madre crac carne expuesta, etc.”

 

Sería algo como esto:

 

La tormenta golpeando en la venta crack cristales rotos crack un relámpago se vierte crack no siento nada crack veo la sangre rápida y roja crack no recuerdo si era vena o arteria crack puto ejército de mierda con sus fusiles crac cabos sargentos tenientes capitanes comandantes crac cayeron todos crac mi bebe crac mi niño crac mi niña crack veo las vísceras crac….

 

Una escritora peruana. Una manera de escribir y contar que no nos contaron, como no nos contaron casi ninguna acabada en A. Me hablaron de Gloria Fuertes y Rosalía, la primigenia, ahora es la cantante a la que le siguen las letras. 

 

Pienso en Gloria, en Claudia, y en Angélica. Otra escritora que me habría gustado conocer antes de los 40. Otra manera de ver el mundo y sentir libertad de pluma, de pensamiento,  de sexo. El Mundo dijo de ella que era el azote de los puritanos. Lo que no dijeron es que las mujeres como ella fueron en realidad nuestro azote de conciencia y las que nos hicieron ver lo ridículas que habíamos sido y lo triste de nuestras escenas de cama

 

Llevo retraso. No sé si pierdo el tiempo o lo gasto, usándolo saltando de idea a idea, de cosa a cosa, como si fuera yo una mujer del renacimiento. Ayer llegué a la conclusión que si las tardes avanzan con la cabeza loca, con mil y un pensamientos e ideas, son las que me llevan al insomnio, irremediablente. A las siete de la mañana caí hoy, entre mensajes, poemas, y la primera temporada de la casa de papel, un Orfidal, un par de cigarros y el miedo al despertar de mi madre. 

 

Día 26 de confinamiento, día 28 después de tu muerte. Ahora podría medir así el tempo, posttumuerte, como si fueras un hagstag o el nuevo Jesús, el auténtico. Ahora puedo verte así, hecho de plumas y leyendas, desde lo alto del monte de Getsemaní contándonos como se hundía el mundo que conocemos y no lo verías tú, sino nosotros. Recordándonos como fue el 23F y el complot para establecer la monarquía o tus primeros años en Cuenca. 

 

Intento hacer memoria de todas y cada una de las anécdotas que me has contado y tengo la sensación de que siempre son las mismas. Puede ser que no le dedique el tiempo suficiente, no sé si es un método de auto tortura o si es por culpa de mi mala memoria, que aquí el único con tus genes que acumula recuerdos es tu hijo Juan. Me gustaría hablarte de Juan, quizá más que de Alfonso, que al pequeño ya le has llegado hasta el fondo. Busca tu aprobación, incluso después de muerto. Lo he dicho: después de muerto. Tampoco sé la razón por la que he pasado de hablar a hablarte a ti, aunque puede ser que lleve haciéndolo desde el comienzo. No lo recuerdo. Otra cosa más. 

 

Ella sigue en el sofá, en el otro sofá, en el que no ocupabas tú sentado en la parte central, deformándolo desde que estaba en esa pequeña sala de estar de Melilla, y donde te vimos una y otra vez tomarte el aperitivo entre patatas La Velezana y berberechos, con el mando del Plus a la diestra y la revista a tu izquierda, a la izquierda del padre. Subrayadas las películas que tenías que ver, los programas para programar, en una época en la que aun grababas. Allí estaba nuestro VHS, que llegó después del Beta, ese aparato en el que alguna vez vimos las películas familiares que grabaste. Ahora no conservamos ninguna, ni siquiera conservamos ningún recuerdo de ellas. Supongo que se quedaron en alguna mudanza o que como ocupaban demasiado, mamá las hizo desparecer. Cómo me habría gustado verte en una de esas pelis siendo joven, cuando eras el padre de una niña y tenías toda la vida por delante. 

MATUTINAS, X de mayo de 2020

La paz y la ansiedad bajo control, y hasta hoy sábado, no ha ocurrido, Y aun así no las tengo todas conmigo. 

Te he llorado un poco y he sido incapaz otra vez de ponerme el pantalón de yoga, el rojo, por el que dijiste las últimas palabras en el hospital . Qué te parece, el pantalón de dos euros de la India fue el detonante de tu último momento de lucidez y la última frase que te oí. Que te oyó mamá. Y entonces he vuelto a vestirme de ti, entre pantalones de chándal y forros polares. Un oásis de seducción en toda regla. 

He peleado con Él hasta la extenuación tanto que he pegado un grito histérico que ha provocado que mi madre viniera hasta la habitación con el drama en los ojos. Ahora también se preocupa por mí. Touché querida, lo estás bordando. 

​TÚ Y ELLA​, 2022

He tomado la decisión de abrir esta hoja en blanco y ya he sentido una punzada en el estómago. He abierto la hoja, he sido capaz de decidir escribirlo, soltarlo y dejarlo marchar. Poner palabras a ese agujero negro que desde 2020 se lo traga todo y decir adiós a la mujer que en ese 2020 se quedo, para recibir a la mujer que soy hoy. 

Hoy voy a volver a mirarme a los ojos. No por autocuidado o por alguna cuestión holística o instagramera sino por necesidad. O me miro a los ojos para aceptarme entera o estoy perdida. Estoy en ese punto de rotura, conmigo y el mundo exterior. 

Ha llegado el momento de recibir a este mundo irreconocible y a la nueva soledad que lo acompaña. De dar la bienvenida a las personas que somos ahora y decir adiós a los que, de una u otra manera, ya no están o eligieron otras personas y caminos.  El momento de hablar con esa parte de ti a lo que no escuchas y que no forma parte de esta rueda que llamamos normalidad. Esa mujer que no se parece a la que querías ser y que no cumple ninguna de tus expectativas. Porque no hay nadie más que ella con la que hablar sobre ti, no hay más tú que no dependa de ella. 

Cuando echas la vista atrás, y la nostalgia se apodera de este día y te recreas en aquellos momentos de absoluta felicidad que parece que vivió alguien que no eras tú, cuándo eso pasa, y sabes por vieja que abre la puerta a ese agujero negro, no vas a dejarte caer. 

Esas caídas de una y otra faceta vital de las que te levantaste, malherida, entre lágrimas y sonrisas, entre amor propio y ganas de esconderse. Esas caídas que no han dejado de pasarte y que no pudieron contigo pero te devolvieron a otra. Hoy es el día de aceptar esas caídas. De afrontar sus secuelas. De decirles que sí. Es el día de reconocer tus vulnerabilidades y el estrés post traumático de tus duelos. También es el día, parece ser, de perdonarte el presente y el futuro y el no haber encontrado la pasión en el trabajo, o el ritmo perfecto de tus horas lectivas. Tras hablar con la persona que eres hoy, sabes que ha llegado el turno de otras horas para el descanso de ti misma y las presión por gustarles a todos. Llorar y reconocer la dulzura de esta derrota que es la responsable de esta nueva vida y sus infinitas posibilidades en esa otra persona que eres hoy. 

Me ha recordado el esfuerzo ingente en días de marzos eternos y las traiciones pandémicas. La belleza infinita del perdón y del soltar. De dejar a otros cometer sus propios errores y la libertad que te es devuelta cuando ya sus vidas ya no son de ti. Libertad… ese nuevo comienzo del libro que aun no has leído y de apagar el teléfono. De marcar tus tiempos y decir que no. Libertad para cagarte de miedo con la vida y reírte de ello, sin vergüenza. ¡Cuánta vergüenza has pasado al no reconocerte! Al caer en que los años no te trajeron el éxito de la seguridad en un cerebro curtido de conocimiento y profesiones serias. Vergüenza de tu pluma y tu incapacidad de venta de ti misma. Ese pánico atroz a que no te quieran, o no te paguen, o no se queden. Esa persona que vive de puertas para afuera. Esa nueva tú, hoy quiere decirte que, aunque esté tardando, esto también pasará, como pasan los lunes de temblores nocturnos. Hoy tomas conciencia de que quizá el sinsentido sea lo que da sentido a la vida de un planeta que ha perdido su capacidad de aceptar su lado más frágil y humano y las razones que nos llevaron a nacer un día. Quizá esa falta de lógica vital sea lo más bello de todo esto de estar viva. Porque, esta nueva tú, sigue estando viva y cuando eso ocurre, querida, siempre hay esperanza. 

MENSAJE, DICIEMBRE 2020

Este no es un mensaje de amor ni de rabia ni de enfado. Es un mensaje que me gustaría poder traducir en sonidos pero sé que no vamos a hacerlo. Es un mensaje que normalmente no se escribe ni se manda. Es un mensaje que desaparece. 

 

He aceptado tu marcha. Las mil y una cosas que no me has contado. Un mensaje ahora que sé que no tenemos nada que decirnos. Es un mensaje de adiós a estos dos años. Un mensaje sobre la falta de cariño, amor y realidad y la de cosas que nunca llegarán a ocurrir. Un mensaje de todo lo que ya no tiene sentido decir porque ya no importa. De lo mucho que creí conocerte y lo que ni importa ni queda. No es un mensaje de no somos sin el otro. Seguimos. Vivimos. Es un mensaje de haberte visto todas las costuras y haberlas cosido y besado y haberte dado más de lo que podías tragar. Un mensaje de desconocimiento, de pandemia, separación a plazos. De teléfonos rotos y falta de ganas. Es el mensaje de lo que no podre decirte porque no veo en el retrovisor. El mensaje del futuro que imaginé peinándote canas. El futuro valiente y de familia. El mensaje del futuro en casa.

 

Es el mensaje de saber que te fuiste antes de lo que pensaba, del silencio y la falta de amor. El mensaje de la aceptación de aquel que no puede tapar con palabras los hechos ni sus actos. El mensaje de haberte querido casa. Las palabras de las lágrimas que ni brotan ya. Porque si hablara contigo callarías o no me dirías la verdad. El mensaje de no hace falta desear una noche ni otra buena. Ya no hay noches entre tú y yo. No hay aceras, ni sueños. Ni cafés con croasanes. 

 

Es el mensaje de darte las gracias por el sueño y la posibilidad que me hizo creer en la posibilidad del nuevo mundo, de los nuevos nosotros. El aceptar mis ronquidos o tus cervezas. Las ganas de que hubiera salido bien y el haber pensado que no nos dejaríamos marchar. Ahora que no importa que me dejes atrás y que no te peleo. Ahora que sé que no había nada para mi. Las palabras para decirte que no confiaste en el plan y no pudiste seguirlo.  Que quizá nunca me quisiste de verdad y que no importa. Este final , hace que ya nada de eso importe. Que ya no importa y que todos dicen que no importa y que no merece la pena. Que no la merecía. Pero yo creo que siempre he creído en ti, veo como ahora te llevas una parte de todo ese amor contigo. Que creí con todas las fuerzas en la fuerza que te faltó. El mensaje de que no había equipo. Las palabras que no he podido decirte. Las palabras de se cayeron las máscaras. Las mañanas sin café ni perras. Los días en los que solos no fuimos nada. El mensaje de despedida a la única parte buena que solo yo veía lo grande que te vi. Yo estoy bien. Tú estás bien. Fuimos solo un momento y un lugar con todas aquellas posibilidades. Yo soy esas posibilidades que fuimos y este mensaje. Esta despedida de ese tu. De esa yo. Este mensaje.

 

Es el mensaje que tú nunca podrías escribirme. El mensaje de darme cuenta de todo. Las palabras que no nos diremos nunca más porque ya no nos conocemos. Las palabras de las personas que no nos miramos de frente. Qué pena que te cerraran el aeropuerto y no llegarás a tu fiesta y qué pena todo ese amor y esta mentira. De tantos días de fe para una persona como yo, sin fe. De la fe ciega. 

 

Esta despedida de algo que no vi romperse. De las preguntas que nunca te hice ni me hice. La persona que se va y la que se queda. El amor por aquello que nunca podrá ser. Esa utopía que ahora solo a mí me pertenece.

 

Tienes razón. No era la noche que esperábamos ayer. Ni hoy. Ni mañana. Ojalá hubiera sabido lo frágil que era todo y la auténtica realidad. Haberte hecho saber lo altísimo que te subí y como me caí de ti. Los planes que quería seguir. La de bocas que quería callar. Y soy yo la que escribe ahora de madrugada para poder abrir la el corazón que duele en este silencio que solo queda. Y ver de qué va esto de vivir y entender que todo fue ayer. Lo nuestro y tú. Hay huecos que no se llenan nunca. 

Hay personas que no se llenan nunca. Querido tú, pequeño ser, el oro... querido tú: seas quien seas ahora, serás el hombre que quiso mirar hacia delante pero no pudo. Serás la mentira más bonita y el corazón que quise curar y cuidar. Que seas tú el que se va de mi, de nosotros, que esto haya pasado, es lo mejor para ese amor que nunca estaría a la altura de todo lo que querría vivir y decirte. Mi amigo y mi abrazo. La que fue mi casa. Te habría cuidado y creído hasta la última acera. Más allá de ti. 

 

Nunca te vi. La realidad es que hace mucho que a pesar de mi deseo de ti y de nuestro plan, no había nada de aquello. Esa ventana, esa mano, esa conversación eterna. Gracias por la mentira más bonita y el amor más auténtico que he sentido. Por haberme querido. Por haberme hecho reír. Por haberte ido cuando no podías forzar lo que no puede forzarse. Por las miradas que he fotografiado una y otra vez con ese amor. Por ese amor y esa aventura. Por ser la más bonita e imposible posibilidad de familia. Sabiendo que nada tienes que decirme. Tú. 

 

El adiós más necesario y doloroso. El adiós más sereno. El adiós a ti y al plan que no pudiste seguir. El adiós a nosotros y esta casa que nos hicimos. A mi, que tú no puedes mentirme que te he querido con todo. Y tú, que no has podido mostrarme todo. El plan sobre ser en verano. Y no haber visto qué ahora todo es invierno. Un largo invierno. Para ti, siempre será verano. Tú que hacías verano el invierno solo mirándome. Lo que veía en mí cuando me mirabas. Todo este amor que tú ya no puedes darme. No es haberlo perdido. Es que al acabar, ni tanto amor importa. Nunca tendríamos Mediterráneo. Ni un fin de semana en Praga. Fue la gris. 

 

Que las noches que vengan sean felices, dices... felices. A mi no me importa llorarte, a ti, sin felicidad ninguna. Mi coherencia no es compatible con tu felicidad. Mi felicidad ahora no es coherente. Por este amor que no lo fue. Por ese futuro que no fue Ese futuro. Este mensaje. 

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